Su piel

Juan Mpc
3 min readMay 31, 2021

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De noche, camina apresuradamente por la calle, envuelto en un mar de luces y sonidos. Avanza sin prestar atención. Los autos que pasan a su lado salpican y mojan su ropa mientras recorre la calle inundada. Ansioso por llegar, no tiene cuidado al cruzar a la otra acera y más de una vez pone en peligro su vida. Su mirada siempre al frente y sus pasos, veloces.

Una secuencia de imágenes recorre su mente: no piensa en nada concreto. Sombras del pasado y del futuro desfilan en su mirada interior, pero hay una silueta recurrente que se interpone entre todas las demás. Cuando cae en la cuenta, se detiene. Hace tiempo ya que no la ve… pues se ha limitado a participar en la rutina que exige vivir en la ciudad. Pensando que acaso esta noche la podrá ver nuevamente, retoma el paso. Mira al cielo y se asombra de poder entrever más de una estrella. Esperanzado, retoma su camino.

Se conocieron cuando era niño. Él era tímido y no se atrevía a dirigirle la mirada durante mucho tiempo, pero ya desde entonces supo apreciar su belleza. Unos años después, cuando estas cosas empiezan a llamar más la atención, comenzó a espiarla desde la ventana. Sin timidez alguna, abría las cortinas de su cuarto y la observaba, del otro lado. Si ella se percataba de esto, él no lo sabía, pero noche tras noche esperaba el momento de mirarla. A veces ella no se mostraba del todo, como queriendo dejar a su imaginación todo lo que quedaba oculto. Sin embargo, también ocurría con frecuencia que se llevara la decepción de no encontrarla, o de solo poder adivinar su presencia detrás de una pesada cortina gris.

Cuando se marchó a la ciudad, se regocijó al descubrir que ella lo había seguido y que podía verla desde su nueva ventana. ¿Con qué probabilidad suceden esas cosas? Con todo, retomar el hábito de espiarla cada noche no fue fácil. En la ciudad, mientras más altos son los edificios, menos atención se presta a las cosas más simples de la vida.

Al fin llega.

¿Estará ahí hoy? Sube las escaleras corriendo, deteniéndose en un rellano para tomar aliento y mirar su reloj. Sí, conoce su rutina a la perfección y sabe que ella estará ahí ahora. Entra, se dirige hacia la ventana, abre la cortina, asoma la cabeza, levanta la mirada. Está ahí, su piel desnuda: la Luna.

Este cuento corto lo escribí hace unos siete u ocho años, en una ocasión en la que inesperadamente me inspiré al llegar al lugar donde vivía. Decidí publicarlo porque hace unos días, hablando con unos amigos, recordé algunos detalles de ese lugar: un cuart(uch)o en la azotea de una casa, en lo que sería un tercer piso, con una única ventana que daba a un parque. Muy cerca de esa ventana, unos metros por arriba, había uno de esos tanques de agua elevados. En las noches, este tanque — blanco, casi perfectamente redondo, desgastado y manchado por la intemperie — era iluminado indirectamente por las bombillas del parque. Desde mi cama podía verlo muy bien todas las noches antes de dormir. Más de una vez tuve sueños hipnagógicos en los que dicho tanque era en realidad la luna, inmensa, perfectamente llena, asomándose por mi ventana. Ahora suena sumamente posible que esos sueños hayan sido la inspiración inconsciente de este cuento.

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Juan Mpc

Soy entusiasta de muchas cosas, pero hábil en ninguna. En este espacio busco un lugar para vaciar mi mente de varios temas que la ocupan frecuentemente.